¿No es la didáctica de la historia la expresión más inmediata de la idea de que comunicar no implica legislar sobre los contenidos de un saber, sino abrir a las posibilidades de crear ciudadanos críticos con respecto a su pasado, presente y futuro? Recordar o conocer desde posiciones que se despliegan y buscar temporizar al propio observador, al enseñante, pero también al que aprende, sobre todo, de forma crítica.
Bienvenidos todos, público no académico, estudiantes, profesores, a una sección que se pregunta por lo que aprendemos, para qué y cómo lo hacemos, cuando nos ocupamos del pasado.
¡DILO OTRA VEZ, SAM!
Sam Wineburg es catedrático en la Universidad de Stanford (EE.UU.) y sus intereses de investigación se sitúan en el cruce entre la psicología, la educación y la historia. A él realmente lo que le interesa es cómo piensa la gente, cómo aprendemos, y las razones por las que damos credibilidad a las noticias que nos llegan. Es autor de Historical Thinking and Other Unnatural Acts: Charting the Future of Teaching the Past (2001) y su último libro es Why Learn History (When It’s Already on Your Phone), The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 2018. Dirige el Stanford History Education Group (sheg.stanford.edu). Si estáis interesados en la historia del pasado que debemos enseñar, echad un ojo al libro y a la página que os recomendamos.
Estamos en pleno cambio de ley de educación en España. Sería interesante que alguien implicado en ello demostrara interés por pensar qué enseñamos en cada asignatura, para qué y cómo. Siguen reinando las clases magistrales y los libros de texto, aunque se lean en pantallas digitales y se entreguen los deberes en plataformas electrónicas. La retórica competencial no ha servido para nada, engullida en programas enciclopédicos, dinámicas examinatorias, deberes interminables y concepciones empíricas y factuales de la historia. Seguimos sin enseñar a generar criterio antes la información y la autoridad, sin saber cómo conocemos el pasado, cómo lo construimos y con qué fines y cómo podemos cuestionar los relatos hegemónicos. Leed de Wineburg: «Why Historical Thinking is not about History?», 2016, History News, 71 (2016), 13-16, otra lección.
Debe de ser un placer tener una charla con Wineburg, un experto que ya nos ha dicho y que debería repetir en muchas más ocasiones que: “Sin pensar, la historia es irrelevante”. Los ecos de la conferencia de Pierre Vilar de 1987 en la Fundación Sánchez Albornoz de Ávila sobre la necesidad de “pensar históricamente” son manifiestos. 23 años hace y seguimos…
Uno de los artículos más sintéticos y expresivos de las propuestas de Wineburg es el que os recomendamos a continuación para pensar y para llevarlo a la práctica en las aulas de todos los niveles.
“Pensando como un historiador” por Sam Wineburg
(En Teaching With Primary Sources Quarterly, 3-1 2010)
¿El pensamiento histórico se trata de memorizar hechos y cosas?
Recientemente le pregunté a Kevin, un estudiante de penúltimo año de bachillerato de dieciséis años, qué necesitaba para que le fuera bien en clase de historia. Me respondió sin dudarlo:
– “Una buena memoria”.
– “¿Algo más?”
– “No. Sólo aprenderse de memoria hechos y cosas, sabérselos bien, y cuando te toque el examen, repetírselo todo al profesor”.
– “¿Y pensar?, ¿no tiene eso algo que ver con la historia?
– “No. Es muy simple: esas cosas pasaron hace mucho tiempo, unos las escribieron y otros las copiaron y las pusieron en un libro. ¡Eso es la historia!”
He gastado casi 20 años investigando cómo los estudiantes de bachillerato aprenden historia. Durante este tiempo he conocido muchos Kevins para quienes la historia es un cascarón sin vida, simplemente una deprimente lista de nombre y fechas. Cuando se les presenta la noción de “pensamiento histórico” muchos estudiantes se rascan la cabeza confundidos pues desconocen la relación conceptual expuesta.
Los historiadores en el papel de detectives: buscando evidencia en las fuentes primarias
Lo divertido del asunto es que cuando se les pregunta a los historiadores sobre su trabajo, vemos algo completamente distinto. Ellos se ven a sí mismos como detectives que buscan evidencia en las fuentes primarias, en pos de solucionar un misterio que jamás podrá ser resuelto a cabalidad. ¿No será esta perspectiva mucho más atractiva para un estudiante de bachillerato aburrido? Claro que sí. Por eso el “pensar como un historiador” merece, cuanto antes, un lugar en el salón de clases.
Para los historiadores, la historia es una discusión sobre qué deberían o no significar los hechos. Incluso cuando logran establecer la narración básica de los hechos, rara vez se ponen de acuerdo sobre lo que un evento significa o cuáles fueron sus causas. Los historiadores discuten acerca del significado del pasado y sobre qué tiene éste para aportarnos en el presente.
Pero uno se podría preguntar, ¿si la historia ya sucedió, qué es lo que hay para discutir? Muchísimo. ¿Fue la Revolución Estadounidense una lucha contra la tiranía o un intento por parte de las élites de mantener su estatus?, ¿fue la Guerra Fría realmente un conflicto entre la democracia y el comunismo o una competencia de dos superpotencias por la obtención de la hegemonía?
Opiniones divergentes se agitan alrededor de estas cuestiones y demás temáticas históricas sin resolver; oposición de opiniones que provoca que los estudiantes hablen, piensen y aprendan. Sin embargo, aunque todo el mundo está en su derecho de poseer una opinión, no todas las opiniones merecen ser creídas. En historia, una posición persuasiva es aquella que está respaldada por evidencia.
¿Qué es el pensamiento histórico?
Sería muy fácil concluir que los historiadores simplemente tienen más conocimiento sobre la historia que los estudiantes de bachillerato, pero éste no es necesariamente el caso. Más allá de las áreas altamente especializadas, incluso los historiadores de nivel doctoral no poseen conocimiento fáctico sobre todos los temas. Lo que sí poseen los historiadores es un tipo de “acercamiento histórico” a las fuentes primarias. Quienes tienen experiencia en este acercamiento usualmente lo dan por sentado. Sin embargo, este acercamiento abre un mundo de posibilidades para los estudiantes.
Por ejemplo, antes de enfrentarse a un documento los historiadores se preparan con una lista de preguntas (sobre el autor, el contexto y el período temporal) que forman un entramado mental para las cuestiones a trabajar. Lo más importante es que estas preguntas transforman la lectura de un acto de recepción pasiva en un ejercicio de interrogación apasionado y comprometido. Si queremos que los estudiantes recuerden los hechos históricos, este acercamiento, y no la memorización, es el camino a seguir.
Enseñando a los estudiantes a pensar históricamente
¿Cómo pueden los profesores ayudar a que sus estudiantes piensen como historiadores? enseñar un modo de pensamiento requiere hacerlo visible. Es necesario mostrar a los estudiantes no sólo lo que piensan los historiadores, sino cómo lo hacen, guiándolos mientras se involucran en dicho proceso.
Considere introducir a los estudiantes en varias estrategias específicas para la lectura de documentos históricos: la ubicación de la fuente, la contextualización, una “lectura a profundidad”, la utilización del conocimiento propio o ya adquirido, la “lectura de los silencios” y la corroboración. La definición de cada estrategia es presentada a continuación, seguida de ideas para la enseñanza.
• Ubicación de la fuente: pensar sobre el autor del documento y su proceso de elaboración.
Seleccione un documento histórico, como un diario personal, una carta o un informe, y provea a sus estudiantes con copias. Ejemplifique para los alumnos cómo se ha de revisar el documento para poder encontrar algún indicio que permita atribuirlo (el nombre del autor con frecuencia se encuentra al final del texto) como primer paso, en vez de hacer una lectura de principio a fin. Muestre cómo interrogar a la fuente por medio del planteamiento de preguntas: ¿Quién creó este documento?, ¿cuándo?, ¿para qué propósito?, ¿qué tan fiable puede ser esta fuente? y ¿por qué?
• Contextualización: situar el documento, y los acontecimientos enunciados, en el tiempo y en el espacio.
Motive a los estudiantes a que hagan una “lluvia de ideas” sobre el contexto histórico del documento, enlazando eventos, temas y personajes relevantes que permitan identificar la era o periodo en que el documento fue creado. Haga una lista de las respuestas de los alumnos que pueda servir de punto de referencia durante la “lectura a profundidad”.
• Lectura en profundidad: considerar detalladamente qué es lo que dice el documento y el lenguaje que se utiliza para decirlo.
Los profesores pueden mostrar cómo se lleva a cabo esta estrategia mediante un ejercicio breve (90 segundos) de “pensamiento en voz alta” mientras leen el documento a los estudiantes. Trate de verbalizar cada idea que le venga a la mente sin importar cuán trivial pueda parecer, en un intento de dar significado a lo presentado en el texto. Por ejemplo, se puede hacer énfasis en palabras o frases interesantes (“nunca antes había oído esta expresión”), considerar pistas contextuales sobre el tiempo, el espacio o los personajes (“Esto se puede referir a…”) o interrogar hechos, opiniones y perspectivas (“¿eso fue lo que realmente pasó?”).
• Utilización de conocimiento propio: usar información y conocimiento históricos para leer y entender el documento.
Anime a los estudiantes a practicar esta estrategia deteniendo su lectura, con el objetivo de hacer preguntas tales como: ¿qué más sé sobre este tema?, ¿qué otro conocimiento poseo que se pueda aplicar para su dilucidación?
• “Lectura de los silencios”: identificar qué se ha pasado por alto o qué hace falta en el documento por medio de la interrogación de lo que presenta.
Después de leer el documento, pida a los estudiantes que reflexionen sobre lo que no escucharon. Guíe la discusión en clase con preguntas de este tipo: ¿qué no explicita el autor del documento?, ¿De quiénes son las voces que no se oyen en un documento en particular, o en un relato histórico? o ¿qué perspectivas están ausentes?
• Corroboración: preguntar sobre elementos importantes mediante diferentes fuentes con el objeto de determinar puntos de acuerdo y discordancia.
Pregunte a los estudiantes cómo procederían ellos con esta investigación histórica: ¿qué preguntas surgen después de una cuidadosa lectura e interpretación del documento? y ¿qué otras fuentes primarias podrían corroborar o refutar la interpretación? Haga que los alumnos discutan sus respuestas en parejas y que las compartan con el grupo.
Las estrategias presentadas también se pueden aplicar en la lectura de “libros de texto”, el manual de clase. Estos “manuales” destinados a la enseñanza ofrecen interpretaciones de la historia, pero ninguno presenta una verdad irrebatible. Por ejemplo, si bien los autores de dichos textos tratan de combinar perspectivas, nunca pueden trascender el condicionamiento que representa la situación específica de su producción, resultado de haber sido redactados por sujetos pertenecientes a una sociedad ubicada temporal y espacialmente. Este condicionamiento hace que en los libros de texto se registren (sin ser reconocidos) nuestros prejuicios y “puntos ciegos” contemporáneos. Una manera de enseñar el pensamiento histórico usando un libro de texto, es hacer que los estudiantes comparen su narración de un evento histórico con la evidencia producto del análisis de las fuentes primarias. Otra forma es la comparación del recuento de un libro de texto contemporáneo de, por ejemplo, la Guerra España-Estadounidense con la versión del mismo acontecimiento presentada en otro manual de hace cincuenta o cien años. Promueva la reflexión de los estudiantes con esta pregunta: ¿si la historia ya pasó, por qué sigue cambiando?
El objetivo de cualquier profesor (y las metas de sus estudiantes) al leer y pensar como un historiador debería ser el adoptar una perspectiva crítica ante cualquier relato que trate de presentarse como una narración “absoluta” del pasado. Lograr dicho objetivo requiere que los alumnos:
• interroguen la fuente.
• evalúen la evidencia que esta ofrece para sus afirmaciones.
• lean y analicen la fuente más cuidadosamente que en los recuentos históricos leídos con antelación.
¿Por qué enseñar a los estudiantes a “pensar como historiadores”?
A los alumnos se les debe enseñar a “pensar como historiadores” no porque en el futuro se convertirán en historiadores profesionales, sino justamente porque la gran mayoría no lo hará. Las metas de los cursos escolares de historia no son motivar vocaciones sino preparar a los estudiantes para tolerar la complejidad, facilitar su adaptación a situaciones nuevas y motivar una actitud de reflexión que evite el facilismo de “la primera respuesta que venga a la mente” frente a situaciones de la vida diaria.
Vivimos en una época en que un vídeo descargado de un móvil en Teherán puede ser transmitido a San Francisco en medio segundo; la historia nos recuerda que para comprender hay que comenzar con las preguntas básicas: ¿quién lo envió?, ¿es fiable? y ¿qué no fue registrado por este ángulo de la cámara? actualmente no faltan medios que les dicen a los estudiantes qué pensar. Debido a esta avalancha diaria de información, los alumnos tienen una necesidad sin precedentes de herramientas para poder darle sentido a la información.
Kevin tiene razón: sin pensar, la historia es irrelevante. Pero cuando se le añade el pensamiento, especialmente las habilidades específicas de “pensar históricamente”, el pasado adquiere vida. A fin de cuentas, eso es lo que significa el leer, pensar – y yo añadiría enseñar como un historiador.